LA MADUREZ EMOCIONAL

Autor: Dr. Renny Yagosesky


Es común en nuestra comunicación tildar de inmaduros a personas cuyas conductas nos resultan fuera de proporción o de sentido. Pocas veces, sin embargo, nos detenemos a considerar que significa realmente ser una persona madura o tener una personalidad madura.

La madurez puede asociarse en la mente con el paso de la edad, aunque es perfectamente posible conocer personas de mediana edad cuyo comportamiento es frecuentemente infantil: se muestran caprichosos, inconstantes, irracionales y muestran resistencia a comprometerse y asumir las consecuencias de sus actos.

Personalmente, entiendo la madurez como el proceso dinámico de valoración y aprovechamiento de las experiencias, que nos permite vivir de manera congruente con nuestros valores y metas.

Para Fritz Perls, fundador de la “Terapia «Gestáltica», la madurez es el proceso de transición en el que pasamos de depender emocionalmente de otros a ser emocionalmente autónomos. Esto significa, pasar de la necesidad o la tendencia a controlar a los demás para lograr su atención y hacer que nos complazcan, y alcanzar un punto en el que nos hacemos totalmente responsables de lo que pensamos, sentimos, deseamos o creamos. Es decir, nos hacemos plenamente responsables de nuestro mundo interior.

A juicio de Perls, la persona emocionalmente madura, reacciona de manera menos traumática a las situaciones frustrantes, de las cuales se recupera con relativa facilidad. Además, se esfuerza en reconocer y superar las diversas estrategias aprendidas que usa para manipular y controlar a otros, como: hacernos los tontos los inútiles o los desamparados; adular, quejarnos o chantajear; amenazar, agredir o gritar.

Otra forma como se manifiesta la madurez emocional, es en el aumento de la capacidad para utilizar los propios recursos. Eso que Perls describe como: “pararnos sobre nuestros propios pies» y capacitarnos para enfrentar exitosamente los desafíos de la vida.  Hay madurez en aquel que aprende a reconocer sus errores y rectifica, en quien atiende sus necesidades, se sincera y deja de evadir sus obligaciones. Y hay madurez también en quien aun estando en el juego social, no se identifica con la ilusión social de los roles o papeles sociales, pues elige mirarse como un ser total con luces y sombras, aciertos y errores.

Las personas psicológicamente inmaduras, tienden a repetir patrones de pensamiento, emoción y acción que resultan ineficaces, y con frecuencia culpan a otros de sus calamidades. Tienden a negar los hechos y se resisten al cambio. Son seres huidizos que voltean la cara ante las exigencias de la vida.

Hay inmadurez en el individuo que no expresa sus sentimientos, en el que no tiene metas y en el que vive de improvisación en improvisación. También en el maestro que castiga a los alumnos inteligentes y originales, a quienes etiqueta de incómodos. Y hay inmadurez en el vecino intrusivo, que nos impone su ruido y carece de empatía. Es inmaduro el marido que impide a su pareja salir a la calle, por miedo a que conozca a otros hombres, y la hay en ella, que acepta el cautiverio. Inmaduro es el jefe que grita en vez de motivar, o la suegra que intenta controlare a sus hijos ya adultos. Hay inmadurez en el político mañoso que miente y promete lo que sabe que no podrá cumplir. Y así, hay rastros de inmadurez en nosotros, cada vez que luchamos contra los hechos, contra la naturaleza, en lugar de entender sus claves variables y vivir en el flujo de la vida.

Para entrar al terreno de la madurez es esencial descubrir y superar las respuestas robotizadas, fijas y obsoletas que hemos aprendido, y arriesgarnos a probar formas innovadoras y promisorias. Se trata de dejar de actuar como «debemos» para empezar a actuar como queremos y podemos, sin dejar de ser personas respetuosas y responsables.

Madurar es flexibilizar la percepción para dejar de ser estrictos, rígidos y perfeccionistas; es aprender a reaccionar de manera más espontánea y menos preconcebida; es abrirse a lo nuevo y ampliar el conjunto limitado y fijo de respuestas aprendidas; es reconocer que cada intento por manipular a otros de maneras solapadas, es a la vez un intento por cubrir nuestros miedos a enfrentarnos con el crecimiento y la independencia. Madurar es separarse del pasado y empezar a vivir con los ojos puestos en el presente, respetando las distintas visiones que de la realidad tienen todos los seres.

Se madura en la reflexividad, en el buscarse a uno mismo sin posposiciones ni coartadas, poniendo la atención en nuestra verdad y no en parecernos a otros para ganar su aprobación. «Basta con sinceridad y seriedad», decía el sabio Nisargadatta.

El que quiere madurar, debe aceptar un sí, y también un no, saber perder, recuperarse y seguir. Para Osho, madurar es “descubrir lo que uno es, y aprender a vivir con eso”. Gracias por leerme.

Renny Yagosesky es Ph.D y MSc. en Psicología, Lic. en Comunicación Social, Conferencista y Escritor
Nota: Si va a citar parcial o totalmente este artículo recuerde mencionar el autor y la fuente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *