Vivimos en una sociedad múltiple y veloz, que nos empuja a atender numerosos compromisos y a hacerlo apresuradamente. Todo es rápido, por obra de la tecnología que achica el tiempo y del comercio, que busca más ganancia por día, por semana, por mes y por año.
Estamos saturados de estímulos y se nos dificulta pensar. Cada vez es más difícil sentarse a pensar, conversar o planificar, pues para eso se requiere hacer una pausa, y encontrar algo de soledad y silencio. Olvidamos valorar el ahora, lo sencillo, lo cotidiano, nos perdemos las sonrisas de los niños, los amaneceres, y ya no sabemos hacer pausas o aquietar la mente. En medio de tantos compromisos, se achica el espacio para el reposo o la introspección.
Desde afuera se nos impone el ritmo de funcionamiento y nos hemos convertido en seres irritables e intranquilos, listos a reaccionar ante la màs mínima provocación. Vivimos desbocados, y el mal humor termina siendo el testimonio de que la alegría se nos ha extraviado.
La mayoría corre detrás de un supuesto “futuro mejor”, apoyados en que existen otras posibilidades que se escaparán a menos que actuemos de manera dinámica y audaz, sin pérdida de tiempo. El problema es que ese futuro anhelado no existe, no es real, pues es apenas una ideación de la mente, un juego de simbologías sin evidencia objetiva. Nadie vive en el pasado ni en el futuro, pues todo lo que ocurre, ocurre aquí y ahora.
Así, mientras caminamos ansiosos hacia una promesa, la vida pasa frente a nuestros ojos. Nos enredamos en una cosa y en otra, y no respiramos, no observamos, no apreciamos lo que está sucediendo en este preciso instante. La energía, la atención y el tiempo se dedican a ilusiones. Y descuidamos el mundo real, por tener siempre el pie en el acelerador.
Es tan grave la enfermedad de la prisa, que cuando una persona se detiene durante unos minutos, tiende a experimentar la sensación culposa de estar perdiendo tiempo y vida.
La prisa se relaciona con la ansiedad y la ansiedad es una inquietud molesta que nace de pensamientos recurrentes de amenaza futura. La ansiedad nos quita el sueño, afecta la salud y aleja la felicidad. “No lo lograré”, “el tiempo está pasando”, “estoy envejeciendo”, “a esta edad, ya debería estar mejor”, son algunos de los pensamientos de quienes han sido presas de la ansiedad y de su puerta de entrada: la preocupación.
Siendo así las cosas, necesitamos ponernos en alerta, revisar los hechos y trabajar en recuperar el equilibrio, la paz interior y el orden en nuestras vidas. Decía Og Mandino que para vivir bien, bastaba con proceder como procede la naturaleza que ni se apura ni se detiene.
He aquí algunas sugerencias que le ayudarán a retomar el control de su vida y curarse de la enfermedad de la prisa.
1- Decisión: Decida que quiere mejorar la calidad de su vida y que para eso debe modificar el ritmo de sus acciones cotidianas.
2- Observación: Obsérvese de manera imparcial y sin juzgarse y notará los automatismos corporales mentales y emocionales que ahora lo dominan.
3- Jerarquización: Haga una lista de lo realmente importante para usted en este momento de su vida, ponga esos aspectos en su lista de actividades y dedíqueles energía, atención y tiempo.
4- Descarte: Al priorizar hay que descartar. Así que defina que es lo que pondrá de lado, lo que sacará de su lista y que ya no le robará más su tiempo.
5- Afrontamiento: Para vivir bien hay que evitar el exceso de compromisos Debe aprender a decir ¡No!, aunque pase por instantes incómodos. Sea amable y diga, “no puedo en este momento, gracias”. Y luego cambie de tema.
6- Planificación: Planificar facilita la vida y nos da orden y control. Es falso que lo mejor es lo que no se planifica. Hay momentos improvisados que son buenos, pero la mayoría de las improvisaciones causan estrés. Además, lo importante no debe dejarse al azar.
7- Relajación: Al menos tres veces al día, haga pausas de relajación. Tómese unos 5 minutos de pausa y respire, relájese, mire el cielo y manténgase en actitud serena y positiva. Así su cerebro se acostumbrará a que estar relajados es lo adecuado y lo normal.
Si lo decidimos y trabajamos en ello, podemos romper el esquema de vivir en estado de angustia y precipitación. Hay momentos de emergencia, que requieren actuar rápidamente, pero ese no debe ser nuestro ritmo de vida de todos los días. Es cuestión de autoestima y de supervivencia.
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Renny Yagosesky es: Ph.D en Psicología, Magister en Ciencias de la Conducta,
Licenciado en Comunicación Social, Conferencista y Escritor.
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