EL EROTIMSO MASCULINO Y FEMENINO

El ser humano es un ser de naturaleza erótica. Posee una alta cuota de energía sexual que despliega en pensamientos, palabras y actos. Sin embargo, cada género, tiene su propio código, su propio lenguaje.

No hay un ser en el mundo que no posea energía sexual. Esa energía se expresa de mil formas, en pensamientos, palabras y acciones, y es, incluso, responsable del surgimiento de nuestras vidas.

Podemos definirlo como la expresión del deseo sexual, la capacidad de estimular la mente para producir placer, el punto medio entre lo que se quiere y lo que se puede expresar. Es una poderosa potencia humana que enriquece la vida y nos lleva al terreno de la fantasía y el placer.

En su despliegue, sin embargo, el erotismo se expresa diferencias en cada género, de forma tal que revela matices específicos y diferenciadores en hombres y en mujeres. Las investigaciones de varios estudiosos, entre esos Francesco Alberoni, arrojan que cada uno tiene deseos, fantasías y tendencias distintas, y que cada sexo se imagina al otro diferente a como realmente es, y espera cosas del otro que quizás nunca pueda recibir.

El erotismo masculino es esencialmente visual y genital, mientras que el femenino es más auditivo y táctil, ligado a los olores, la piel y todas las formas posibles de contacto. Las mujeres parecen disfrutar menos que los hombres de las fotos de desnudos, y es un hecho probado que la prostitución masculina es casi inexistente en comparación con la prostitución femenina.

El hombre desea una mujer que no se le resista, que lo complazca sin exigencias. Pero la mujer desea que él la busque, que insista y demuestre verdadero interés, y que además la conserve. Teme ser usada y abandonada, por lo que espera a que el hombre insista y demuestre que la prefiere.

Mientras las mujeres compran y leen millones de ejemplares de novelas rosa cada año, los hombres prácticamente son indiferentes a tales publicaciones. El interés de las damas por las cremas, las sedas, las pieles, tiene un significado más erótico que social. Las mujeres también parecen ser más sensibles al ritmo, los colores y la música en general. Es indiscutible que las mujeres expresan una sensibilidad muy superior a la de los hombres.
Toda esa diferencia en el erotismo de cada sexo, se manifiesta también en el cortejo. Para la mujer es más deseable el hombre confiado y seguro que no duda, pero tampoco arrolla. Puede gustar del tipo de hombre-niño, tímido e inseguro que demanda protección, pero prefiere al varón audaz y determinado. Ella disfruta de la fuerza y virilidad masculinas, aunque puede preferir a uno menos atractivo si le asegura estabilidad. Es así, porque ansía una relación erótica continua, en la cual poder ver, oler, oír y tocar a su amado. El hombre, por el contrario, luego del vínculo físico, después de complacerse, se aleja, pues se aburre luego de la cazaría, y teme sentirse atrapado o poseído. Además, no valora de igual manera el contacto permanente, salvo que se encuentre muy enamorado. Su erotismo es discontinuo, y no logra igualar la profundidad con la que la hembra se vincula, se entrega y permanece.

Cuando la mujer se percata de que el hombre puede separar con facilidad sexo de amor; cuando ve que su pareja cambia de estado de ánimo y pasa de desearla mucho a hacer otras cosas para ella “triviales” como estar con sus amigos, lavar el carro o jugar caballos, se asusta, desconcierta y entristece, y piensa frecuentemente que no se le quiere ni se le valora; que es un objeto que se ha tomado y dejado. Cela y reacciona contra la lógica amatoria masculina, que es fluctuante y pendular entre la individualidad y el apego, del deseo de ser amado al deseo de libertad. Por eso cuando la mujer cree que lo tiene, él se aleja, y cuando lo siente perdido lo ve regresar.
En lo erótico, hemos dicho, lo femenino es constante y lo masculino inconstante. Ella es total; el parcial. Ella estable; el intermitente. Ella vibra sin pausas por el camino del tiempo. El se enciende ahora y se apaga luego. Para la percepción femenina, una llamada, una rosa, un poema son grandes cosas. Para la tendencia masculina basta con sentirse especial, picar y volar. Ella recuerda una relación, hasta que comienza otra. El recuerda momentos especiales, casi fotográficamente, sin importar las relaciones que haya tenido.

Para Alberoni la mujer adora el divismo, lo que suena y brilla, la farándula, la vida íntima de los ídolos. Le impresionan y estimulan los ganadores, los líderes, el estatus y el prestigio. Al hombre, por su parte, le seduce con fuerza de imán, una pierna descubierta o un pecho semidesnudo, aunque esté acompañado de la mujer que ama. En el fondo es un niño que quiere ver y comer siempre más. Al no comprender esto, la mujer sufre episodios de rabia, celos y envidia porque “su hombre”, el que le habla de amor, se excita fácilmente con la vecina, la amiga o la modelo que apareció en el comercial o en la película borrosa de un simple video.

Así como la mujer espera que el hombre la busque y le asigna esa responsabilidad, él espera de ella que estimule y mantenga la atracción. Lo puede hacer implementando cambios, siendo flexible, “estirando y encogiendo”, rompiendo las rutinas. El hombre puede ayudar a una mejor relación, desarrollando consciencia del funcionamiento femenino, de la alta sensibilidad de la mujer, y dejando salir su lado tierno, dulce y estable. Hay que dejar de lado el chantaje femenino, el manejo de la culpa, la persecución y los celos, así como la tendencia promiscua que parece brotar de la naturaleza masculina. Son retos para cada lado. Del azul y el amarillo, puede surgir un buen verde. Gracias por leerme.

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