EL TEMOR A LA VERDAD

Dr. Renny Yagosesky   

Podría pensarse, a primera vista, que todas las personas tienen predilección por la verdad, entendiendo el término verdad, como la relación que existe entre una declaración o proposición y la realidad verificable que dicha declaración o proposición refleja o manifiesta.  Lo verdadero se relaciona con lo que es real o lo verificable, a través de las evidencias disponibles.

Se entiende que tener sentido de la verdad, conocer los hechos reales en las diversas áreas o situaciones de la vida, nos permite adaptarnos mejor a las circunstancias y tomar mejores decisiones. Podría decirse que, en teoría, “el que sabe más, ve más y el que ve más, actúa mejor”. Sin embargo, la experiencia muestra una tendencia contraria y la psicología explica el porqué.

Debemos comenzar por aceptar que la verdad puede tener un carácter relativo en cada tiempo y en cada cultura, que la verdad puede ser vista como un acuerdo grupal o colectivo sobre lo que se considera verdadero, así como sobre los modos de definir lo que es realista o cierto. Ya lo sentenciaba Montesquieu: “la verdad en un tiempo es error en otro”.

El asunto es que, con gran frecuencia, las personas se mientan a sí mismas y lo hacen, para evitar los malestares emocionales que la verdad pude generar. No nos gustan las verdades que nos confrontan con nuestras inconsistencias, que nos revelan como personas confusas o contradictorias, que afectan nuestra imagen y que nos obligan a revisarnos y cambiar. Nos auto-engañamos como niños, con la ilusión de que los hechos desaparecerán mágicamente y no nos afecten, pues la verdad o la resistencia a ella, suele derivar en dolor emocional.

Sin embargo, ese no es el único punto de vista. Por fortuna, La Biblia nos recuerda que “la verdad nos hará libres”, y nos invita a considerar que, pese a las incomodidades involucradas, algunas verdades nos conducen a la liberación y la madurez. Decía San Agustín: “No vayas fuera, vuelve a ti mismo, pues en el hombre interior habita la verdad”. Thoreau, poeta y filosofo norteamericano, clama por la verdad: “En vez de amor, dinero o fama, dame la verdad”. Tan común parece ser la mentira, que promover la verdad es toda una proeza. Por eso decía George Orwell: “En una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario.”


Esta tendencia a evitar las tensiones de las verdades incomodas, tiene un doble origen biológico y cultural. Las personas mienten para evitar sanciones o castigos, pero hay algunos que, aunque pudieran saber la verdad preferirían evitarlo, porque ese realismo crudo es considerado como “políticamente incorrecto”.

Desde el punto de vista neuro conductual, nuestro cerebro está naturalmente configurado para evadir lo que nos incomoda, lo que nos produce ansiedad. Cuando alguna situación choca con nuestros valores y creencias, el sistema mental intenta reducir la incomodidad distrayendo la atención, para no ver el estímulo perturbador.

Por eso tendemos a negar, ocultar o reinterpretar ciertos hechos, para reducir el tamaño de la amenaza. Creamos “puntos ciegos de atención” para no ver, no escuchar, no saber, y de ese modo evitar sufrir.  Estos puntos ciegos, estas estrategias de evasión, son frecuentes en personas de sistema nervioso sensible.

Casi invariablemente, las personas ocultan su edad, sus ingresos, su lugar de residencia y otras informaciones, que los harían susceptibles al rechazo social. Revelan un gran temor a asumir su verdad, a expresar congruencia, y pueden llegar a adaptarse a lo que no les parece normal ni correcto, con tal de ser aceptados y quitarse de encima tensiones. Elevan la adaptación al precio de la despersonalización.


Una manifestación crítica, aunque comprensible del temor a la verdad, puede evidenciarse en personas que realizan acuerdos para no decirse las verdades “que hieran”. Recuerdo el caso de una pareja que había acordado sincerarse siempre. Y un día, la mujer alteró su rutina de llegar a casa temprano luego de salir del trabajo. Al llegar, cerca de las 10pm el esposo la emplazó a dar explicaciones sobre su paradero en ese tiempo de ausencia. Su respuesta fue una pregunta filosa: “¿realmente quieres que te cuente qué hice?” Y luego de varios segundos de mutismo reflexivo, el hombre respondió con un categórico ¡No! Eligio a incertidumbre protectora, antes que la verdad riesgosa.


Culturalmente también se estimula el engaño: muchos padres engañan a sus hijos, hay parejas que se engañan mutuamente. Muchos vendedores engañan a sus clientes, y muchos medios de comunicación deforman los hechos en favor de los intereses de sus dueños, aliados, directivos o patrocinantes. Además, en cuanto a nuestra imagen social, la mayoría de las personas muestran una apariencia que suele distar mucho de cómo realmente son. Mentir es, pues, una costumbre generalizada y añeja, adquirida por vía cultural. Nos auto-engañamos y nos engañamos entre nosotros. Es fácil imaginar las consecuencias de esta práctica colectiva.


Esa renuncia a mirar los hechos como son, puede pagar un alto precio. Ej: negarse a ir al médico o a atender una determinada sintomatología, puede derivar en enfermedad. No percibir los indicadores de crisis en una pareja violenta, adictiva o irresponsable, puede traer un caos que se habría podido prevenir. En los negocios, podemos caer en un abismo económico y quebrar, si no actuamos a tiempo.

Superar el temor a la verdad, pasa por querer darnos cuenta del valor de la verdad como una cualidad valiosa. Por tener una visión madura para aceptar críticas, afrontar errores y comprender que no todo será siempre placentero, que nos queda mucho por aprender, que el realismo no mata la fantasía, sino que la complementa.

Superemos el autoengaño y las excusas que lo amparan. Abramos la ventana de la humildad para que el viento de la verdad sople en nuestras vidas. Vivamos con mayor sinceridad, autenticidad y congruencia. Finalicemos con las palabras de Gandhi: “La verdad jamás daña a una causa que es justa”.

Gracias por leerme.

Renny Yagosesky es PhD en Psicología, Conferencista y Escritor

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