Salvo contadas excepciones, los seres humanos vivimos en grupos. Esto nos obliga a mantener relaciones con parientes, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y desconocidos, con quienes coordinamos acciones que nos permiten vivir en comunidad.
Como es de imaginarse, no siempre logramos coincidir en los gustos, deseos, intereses o necesidades, y las opciones disponibles en pro de la armonía, son: alejarnos del territorio de la controversia o llegar a acuerdos. De lo contrario, el resultado es malestar, confrontación y conflicto.
Aunque parece que las personas prefieren los arreglos amistosos, la concordia y la paz, la realidad es que el número de confrontaciones interpersonales aumenta en frecuencia e intensidad, con sus consabidas consecuencias negativas.
Ya que la mente humana se acostumbra a todo, también es posible habituarse al conflicto y verlo como algo “normal”. Sin embargo, los roces frecuentes generan respuestas de indiferencia, chismes, discusiones o violencia.
En algunas familias se discute casi a diario, en una especie de círculo vicioso, de guión repetitivo e interminable. Para Cloé Madanes, especialista en “Terapia Breve”, los conflictos personales, tienen intenciones inconscientes de de dominar y controlar, ser amados, amar y proteger o arrepentirse y perdonar.
Dependiendo del caso y del objetivo, las personas se expresan con críticas, gritos, abusos, castigos, rivalidad, agotamiento, descontrol, engaño, aislamiento o enfermedad.
Casi siempre, la insatisfacción lleva a la discusión, que es una confrontación de pareceres, en la que las partes intentan convencer con argumentos o manipulaciones a otros, a fin de obtener una victoria, para sentirse bien o lograr algo concreto. Lástima que la costumbre de discutir casi nunca produce los resultados esperados.
Algunas sugerencias para superar esta tendencia, son:
1- Concientizar si en nosotros, discutir es un hábito.
2- Elegir no discutir a menos que nos veamos atropellados y sea estrictamente necesario.
3- Eliminar las excusas que nos impulsan a la confrontación.
4- Reconocer y evitar a los discutidores profesionales.
Cuando se sienta tentado a discutir, reflexione sobre estos aspectos:
- Las personas no son como nosotros, pues cada persona es única y diferente.
- Las personas no cambiarán porque así lo queramos.
- Cada situación tiene muchas formas de verse e interpretarse.
- Empujar a otros al cambio, es una manera de no aceptarlos y de o tener que cambiar nosotros.
Un asunto de energía
De acuerdo con James Readfield, las personas son seres compuestos de energía y cuando se encuentran frustrados, insatisfechos infelices, sus niveles de energía se reducen y por eso acuden a las discusiones para “robar energía y restablecer sus niveles normales. Por eso, dice Readfield, el que gana la discusión queda energizado y el que la pierde, queda agotado. Los demás nos transfieran parte de su campo energético al colocar su atención en nosotros. A decir de Víctor Sánchez, las personas pierden la energía diaria en proteger la imagen y discutir con los demás.
Por otra parte, la Neurociencia ha probado que las personas nos hacemos adictos a los químicos de las emociones, y por eso se nos dificulta tanto cambiar. Cada emoción tiene sus químicos cerebrales asociados y la repetición de las emociones reproduce esos químicos a los que nos acostumbramos. Siendo así, las personas buscan crear las situaciones que puedan crear la emoción y poder experimentar su “nota química”.
Recuérdelo: La práctica de la discusión pocas veces funciona o no se requiere verdaderamente, más que para dominar, evitar cambiar y robar energía. Sé bien al igual que usted, que no es esta una tarea sencilla, pues el hábito y el ambiente nos impulsan al conflicto. Pese a ello, haga el esfuerzo, tome sus precauciones, rompa la adicción a la discusión y opte por sugerir, pedir, aceptar o retirarse, y discuta únicamente si no queda otra alternativa. Así evitará enemistades y usará mejor su tiempo para vivir y superarse. Gracias por leerme.
Renny Yagosesky es Ph.D y MSc. en Psicología, Conferencista y Escritor.
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